Es difícil imaginar lo que no podemos ver. Este reto se aplica también al subsuelo: solo vemos la superficie de la Tierra, pero bajo ella se esconden recursos que podrían ayudar a dejar de emitir gases de efecto invernadero. La reducción de estas emisiones es crucial para mitigar la emergencia climática. Para evitar un aumento de la temperatura global media superior a 2 °C respecto a la era preindustrial, las emisiones netas deben ser nulas a mediados de siglo. Las energías renovables más conocidas, como la solar y la eólica, están permitiendo reducir la dependencia de los combustibles fósiles para generar electricidad limpia, pero son intrínsecamente fluctuantes, lo que complica garantizar la demanda eléctrica en todo momento.
En este marco, el subsuelo podría convertirse en nuestro gran aliado. Por un lado, la energía geotérmica permite generar electricidad limpia de forma constante todos los días del año, lo que ayuda a estabilizar la red eléctrica. Por otro lado, el subsuelo ofrece una capacidad inmensa de almacenamiento de energía, como si fuera una pila de dimensiones descomunales. Para hacerlo, el mercado eléctrico debe adaptarse para que, en los momentos en que la producción de renovables supere la demanda, se genere hidrógeno renovable que se almacene en el subsuelo y se recupere cuando la demanda exceda la producción.
El almacenamiento geológico de carbono permite inyectar CO₂ en formaciones rocosas profundas, donde queda atrapado de forma segura y permanente para reducir emisiones. El hidrógeno es un vector energético que permite almacenar energía y, al no contener carbono, representa un combustible limpio. Y en los momentos en que la producción de renovables no satisfaga la demanda, se recuperaría el hidrógeno almacenado para generar la electricidad necesaria para garantizar el suministro eléctrico.
Finalmente, el subsuelo también ofrece una gran capacidad para deshacernos del CO₂ de industrias de difícil descarbonización, como la del cemento, el acero o los fertilizantes, que, aun suministrándose con energías renovables, seguirán emitiendo CO₂ a la atmósfera. Aunque estas industrias investigan cómo emitir menos CO₂, no lograrán eliminar sus emisiones; la única solución es capturar el CO₂ antes de que se emita e inyectarlo bajo tierra para almacenarlo permanentemente. Para acceder a estos recursos geológicos se deben perforar pozos: pozos para aprovechar el calor del interior de la Tierra, para deshacerse del CO₂ y, en un futuro cercano, para almacenar y gestionar el hidrógeno. Además, es necesario adaptar el mercado eléctrico para aprovechar excedentes de renovables y producir hidrógeno mediante electrólisis.
Las tecnologías mencionadas pueden contribuir a reducir entre un 25 y un 40 % las emisiones de CO₂, acercando las emisiones netas nulas y mitigando la emergencia climática. En este marco, nada tiene que ver con el fracking. Ninguno de estos casos está relacionado con esa técnica. Aunque, para aumentar la permeabilidad, pueden hacerse operaciones de fracturación de roca en el entorno del pozo, estas no se considerarían fracking tal y como suele entenderse en el caso de shale gas. De hecho, las rocas de interés para la transición energética son areniscas y algunas calcáreas porosas, o rocas fracturadas como granitos, que facilitan la circulación de fluidos para extraer calor, inyectar CO₂ o inyectar y extraer hidrógeno. El gran reto es aprovechar estos recursos para alcanzar emisiones netas nulas y reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero.