El reciente apagón masivo en España ha puesto de manifiesto la importancia de socializar en momentos de crisis. Según expertos en neurociencia, como Matthew Lieberman, el cerebro humano está diseñado para conectarse con los demás, y esta necesidad de interacción social es comparable a la de alimentos y agua. En situaciones difíciles, como desastres naturales o crisis de salud pública, relacionarse con otros, incluso con desconocidos, puede ser fundamental para nuestra resiliencia psicológica. La liberación de neurotransmisores como la oxitocina y la dopamina durante interacciones sociales no solo reduce el estrés, sino que también puede mejorar nuestra salud mental y física, facilitando un mejor manejo de la incertidumbre que muchas crisis conllevan.
Sin embargo, la realidad es que en tiempos de crisis, muchas personas tienden a encerrarse en sí mismas, generando una paradoja peligrosa. Un estudio realizado en siete países reveló que más de un tercio de los jóvenes experimenta síntomas de ansiedad social, una tendencia que se intensificó durante la pandemia de covid-19. A pesar de la necesidad inherente de conexión humana, la crisis sanitaria provocó un aumento del 25% en los casos de ansiedad y depresión a nivel global. Este aislamiento autoimpuesto durante momentos críticos exacerba las condiciones de vulnerabilidad, lo que a su vez agrava los efectos negativos sobre la salud mental de los individuos afectados.
Frente a la incertidumbre, socializar se convierte en un potente recurso. La «intolerancia a la incertidumbre» puede aumentar la susceptibilidad a trastornos de ansiedad, pero compartir experiencias con otras personas ayuda a normalizar las emociones y a diversificar las perspectivas. Un estudio tras el tsunami en Japón en 2011 evidenció que los sobrevivientes que contaban con mayor apoyo social presentaban tasas significativamente más bajas de trastornos psicológicos, a pesar de haber enfrentado el mismo nivel de trauma. Esto resalta la importancia de crear y mantener redes sociales como un medio eficaz para sobrellevar la adversidad.
No solo las relaciones profundas aportan beneficios en tiempos difíciles; los llamados «vínculos débiles» también juegan un papel significativo en nuestro bienestar. Interacciones breves, como charlas con desconocidos en el transporte público, pueden mejorar notablemente el estado de ánimo y activar circuitos cerebrales relacionados con la recompensa, contrarrestando así los efectos del estrés crónico. Esto sugiere que cada pequeña interacción, incluso aquellas que parecen triviales, pueden contribuir a nuestra salud emocional, proporcionando una red de apoyo esencial en momentos de crisis.
A medida que navegamos por un mundo cada vez más interconectado, las plataformas digitales ofrecen oportunidades y desafíos en la construcción de relaciones sociales. Durante la pandemia, la tecnología permitió mantener el contacto, pero también ha sido un arma de doble filo, contribuyendo al aumento de la ansiedad social, especialmente entre los jóvenes que se sienten más cómodos en entornos virtuales. Para fortalecer nuestra resiliencia social, es crucial priorizar las interacciones presenciales y adoptar prácticas que fomenten conexiones humanas efectivas, como la participación en actividades comunitarias y la valoración de vínculos débiles. Invertir en relaciones sociales no es solo un lujo; es una necesidad evolutiva esencial para enfrentar las incertidumbres de nuestro tiempo.