En el mundo científico actual, los avances en la comprensión de sistemas simples y lineales han sido notables, destacándose el estudio del péndulo de un reloj antiguo como un ejemplo emblemático. Sin embargo, la complejidad de fenómenos como el clima, los mercados bursátiles, o el modelo que describe el cosmos, incluyendo la enigmática energía oscura, continúan desafiando a los modelos teóricos más sofisticados. ¿Es posible que la complejidad no solo represente un obstáculo, sino también una oportunidad para desarrollar nuevas comprensiones? Esta es la premisa que está detrás de investigaciones recientes que exploran la idea de una “geometría interna” que organize los sistemas complejos de forma emergente. Al abrirse a la posibilidad de que los sistemas funcionan sin jerarquías rígidas y permiten dinámicas auto-organizadas, se abren puertas a nuevas formas de modelar lo que antes parecía caótico.
Desde finales del siglo XIX, el estudio de la complejidad ha evolucionado, con conceptos como la teoría del caos y los sistemas dinámicos no lineales. Estas teorías han hecho hincapié en que, bajo la aparente aleatoriedad, pueden existir patrones subyacentes que escapan a la simple observación. En este sentido, la propuesta de una geometría relacional emergente se inscribe en esta tradición de búsqueda, sugiriendo que es la naturaleza de las relaciones entre los elementos en un sistema la que le confiere su complejidad. Más que limitarse a contar elementos o ajustar variables, esta nueva forma de entender la geometría sugiere que se deben investigar las interconexiones dinámicas que articulan el comportamiento del sistema. Esta visión está en consonancia con varias corrientes de la ciencia contemporánea, donde lo aparentemente caótico es visto como un orden aún no descifrado.
La conceptualización de la complejidad ha sido tradicionalmente abordada a través de la simplificación, centrando la atención en las partes individuales y sus interacciones. Este método, aunque eficaz en contextos como la física clásica o la química, enfrenta serios desafíos en fenómenos más complejos, como el comportamiento colectivo de grupos sociales o la dinámica del clima. Aquí es donde el concepto de «emergencia» se convierte en fundamental, ya que se refiere a la aparición de propiedades en el sistema que no pueden ser deducidas de sus partes individuales. A medida que los investigadores indagan en esta área, se hace evidente que el objetivo no es tanto identificar estas nuevas propiedades, sino desarrollar modelos que mantengan la esencia de la complejidad presente, permitiendo un entendimiento más profundo de cómo operan los sistemas complejos.
Las implicaciones de esta nueva perspectiva son vastas y abarcan diversos aspectos de la ciencia. Por ejemplo, en biología, se ha comenzado a explorar cómo la geometría relacional emergente ayuda a entender la resiliencia de ecosistemas, como los arrecifes de coral, que demuestran una notable capacidad de recuperación tras eventos adversos. Un estudio detallado del Great Barrier Reef ha evidenciado que la diversidad y las interacciones entre especies son cruciales para la salud del ecosistema. En economía, este enfoque permite una nueva lectura de las crisis que se centran más en la interconexión estructural que en fallas individuales de los mercados. Así, en inteligencia artificial y redes neuronales, podría ofrecer un enfoque relacional que trascienda el simple análisis estadístico, reforzando la idea de que la forma en que se conectan las partes es determinante para el comportamiento del sistema.
Finalmente, al considerar el cosmos, las teorías sobre energía oscura y la expansión del universo podrían reinterpretarse a partir de la geometría relacional emergente. Este enfoque sugiere que en vez de ser una constante externa y misteriosa, la energía oscura podría ser vista como una manifestación de relaciones en la estructura del espacio-tiempo, evolucionando conforme lo hacen las conexiones entre diferentes puntos del universo. Este cambio de lente podría ser revolucionario no solo para la cosmología, sino también para la forma en que conceptualizamos la naturaleza de las relaciones y la complejidad misma. La urgencia por explorar tales modelos no radica únicamente en el deseo de entender fenómenos complejos, sino en la necesidad de abrazar nuevas maneras de pensar y de interpretar la realidad que nos rodea, donde el orden puede estar oculto, esperando ser descubierto.