En un anuncio reciente, el presidente Trump, acompañado por el secretario de Defensa Pete Hegseth, reveló que Boeing se encargará de la construcción del F-47, el primer caza de sexta generación para la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF). Con esta decisión, Boeing busca reemplazar al famoso F-22, prometiendo un caza más avanzado y con un coste por unidad más accesible. Sin embargo, algunos expertos han cuestionado la viabilidad de este proyecto, a medida que surgen dudas sobre la realidad del desarrollo del F-47, que, según Trump, ha estado volando durante cinco años, aunque se especula que se han probado solo tecnologías previas a su implementación.
La controversia en torno a la capacidad de Boeing de cumplir con las expectativas se intensifica cuando se considera el historial reciente de la compañía con otros proyectos militar y aeroespacial, como el fallido Starliner, el problematico KC-46 y el conocido accidente del 737 MAX. Estos antecedentes generan escepticismo respecto a la producción del F-47, especialmente después de que la administración Biden pausara el proyecto por el aumento desmedido de costos. La previsión de que cada caza podría costar tres veces más que el ya costoso Lockheed Martin F-35 hace que la USAF replantee sus prioridades y la viabilidad del programa a largo plazo, promoviendo un estudio interno para evaluar su necesidad estratégica.
A pesar de las dudas, el proyecto del F-47 marca un hito como parte del programa Next Generation Air Dominance (NGAD), en el cual, se prevé que el nuevo caza opere junto a drones tripulados y autónomos, ampliando así su capacidad operativa. Sin embargo, su diseño, que busca ofrecer mayor alcance a velocidades supersónicas y subsónicas, se percibe como un sacrificio de la maniobrabilidad que históricamente ha caracterizado a los cazas de combate. Este enfoque podría transformar lo que significa ser un caza, alejándose del perfil tradicional hacia un concepto más versátil en la guerra moderna.
La elección del número del nuevo caza, el F-47, responde a un intento de Boeing de rendir homenaje a la rica historia de la aviación militar de Estados Unidos, especialmente al P-47, que jugó un papel clave en la Segunda Guerra Mundial. Además, hace eco al año de fundación de la Fuerza Aérea de EE.UU. y destaca el apoyo del 47º presidente a la iniciativa. Por primera vez, Boeing busca entrar en el mercado de los cazas a reacción desde un enfoque diseñado de cero, tras perder competencias ante otros gigantes como Lockheed Martin durante años. La lógica detrás de este movimiento es no solo mejorar la competitividad de Boeing, sino también recuperar una posición relevante en la producción militar aérea.
Finalmente, la administración de Trump ha insinuado que la propuesta incluye la posibilidad de vender el F-47 a aliados internacionales, aunque con versiones limitadas en prestaciones, una estrategia que busca asegurar que los aliados no obtengan capacidades que puedan ser utilizadas en su contra. Este aspecto ha generado debates sobre la relación futura entre Estados Unidos y sus socios, y plantea preocupaciones a Lockheed Martin, que observa con inquietud las posibles repercusiones en la venta del F-35. La estrategia de Boeing y el F-47, por tanto, podría representar no solo un avance tecnológico, sino también un complejo juego de relaciones internacionales que podría reconfigurar el panorama de la defensa a nivel global.