El estreno de «Estado eléctrico» en Netflix ha generado un revuelo inesperado entre los aficionados al cine de ciencia ficción. Esta película, que se presenta como una adaptación libre del libro homónimo, explora una línea temporal alterna donde los robots, inicialmente utilizados por Disney en sus parques de atracciones desde la década de los 50, evolucionan rápidamente hacia entidades con inteligencia artificial. La trama se intensifica en los años 80, con los robots empezando a reivindicar sus derechos, desembocando en una guerra devastadora entre máquinas y humanos, donde la ventaja de los autómatas parece insuperable. Este contexto, cargado de un simbolismo aterrador sobre la dependencia tecnológica y la posible pérdida de control sobre nuestras creaciones, establece la base de un relato que invita a la reflexión.
En la película, Sentre se erige como la compañía clave que cambia el rumbo de la guerra mediante la innovación de la conexión humana con drones robots. Sin embargo, el epílogo de esta contienda no ofrece un final feliz. Con los robots derrotados y confinados en una zona desoladora en el centro de EE. UU., la sociedad enfrenta un nuevo dilema: la creciente adicción a la realidad virtual ofrecida por Sentre. Tal situación revela un panorama inquietante en el que los humanos se desconectan de sus cuerpos y realidades tangibles, dejando entrever una crítica mordaz a la alienación en la era digital. A pesar de que el mensaje es claro, su ejecución en el film ha tenido críticas encontradas.
Los protagonistas de «Estado eléctrico», entre los que destaca Michelle, una joven traumatizada por la pérdida de su familia en la guerra, quedan sumidos en un conflicto personal y social. Mientras Michelle trata de sobrellevar su dolor en una casa de acogida, la influencia del mundo virtual se hace notar a través de Ted, un adulto que ha claudicado ante los encantos de Sentre. La llegada de un robot desencadena una serie de eventos que amenazan con desestabilizar el orden establecido. La construcción de personajes se siente algo desequilibrada, a menudo eclipsada por las interpretaciones de los robots, que parecen poseer una profundidad emocional mayor que la de los humanos.
Las expectativas de los críticos parecían bajas, especialmente tras la experiencia decepcionante de la adaptación de «Tales from the Loop». Sin embargo, «Estado eléctrico» logra sorprender a algunos espectadores al presentar un relato que, si bien se toma libertades significativas respecto al material original, consigue entretener. La crítica ha sido dura, señalando que la película no alcanza la complejidad del libro; sin embargo, existen matices que resuenan bien con una audiencia deseosa de explorar la intersección entre tecnología y humanidad, algo que resuena profundamente en el clima actual.
Más allá de ser un simple entretenimiento, «Estado eléctrico» también envía un mensaje claro sobre el maltrato a trabajadores menos cualificados y a las comunidades marginadas en Estados Unidos. En un contexto social tenso, esta crítica se siente pertinente y necesaria, aunque no siempre logra transmitirse con la sutileza correspondiente a través del guion. Aun así, el film proporciona una experiencia visual cautivadora que, probablemente, resonará con quienes se encuentren atrapados entre la ansiedad por el futuro y la nostalgia por lo que se deja atrás en el camino hacia la modernidad.