La ciencia del fútbol: de los libros al césped

El fútbol, pasión de titanes

El fútbol, concebido hoy como un espectáculo capaz de mover masas tan grandes de dinero que podrían comprar varios países, es una de las evidencias más resonantes de una evolución científica, tanto en medicina como en tecnología, que ha elevado la capacidad humana a niveles insospechados.

Si bien el mundo deportivo en su totalidad se ha visto beneficiado por los avances de la ingeniería, es el fútbol el que, por su notoriedad contemporánea, se ha llevado la mayoría de los beneficios. Elementos tales como la velocidad de los jugadores dentro del campo de juego, la eficiencia de los balones y su cada vez más perfecta esfericidad, la tecnología de filtración fluvial para mejorar la conservación del césped y, a su vez, la ingeniería genética implicada en la optimización de su calidad, son algunos de los ítems en que los laboratorios han cambiado el marcador dentro de la cancha.

Sin embargo, todo esto proviene desde una noción mucho más democratizada de la ciencia; una que puede entenderse incluso de forma instintiva. Y es que la física relacionada en jugadas tan simples como un tiro libre con efecto o un pase en profundidad, es a veces tan rápidamente calculada como lo haría un computador promedio, pero en el cerebro del futbolista.

La física del tiro libre

La biomecánica es una ciencia divertida no sólo por involucrar varios ámbitos del conocimiento, sino también por tener directas implicancias en el entrenamiento y desempeño deportivo. En ciertas ocasiones, inclusive, es capaz de decidir si la pelota entrará o no al arco y si el público alzará o no los brazos.

Al patear un tiro libre, se ponen a disposición de la física algunos tópicos interesantes. Por ejemplo, aquello que otorga el famoso chanfle o efecto al balón mientras surca el aire por sobre la barrera está especialmente explicado por el principio de Bernoulli y el efecto Magnus.

Cuando entendemos que el aire es un fluido, comenzamos también a estudiarlo como tal. En el caso de una pelota que gira y se desplaza en este fluido, a mayor velocidad del balón, menor es la presión que el aire ejerce sobre él. De ese modo, según Bernoulli, el esférico podría completar satisfactoriamente su trayecto y no venirse abajo a mitad de camino. Es decir, si el pateador ha logrado calcular cuánta fuerza debe imprimir en su patada, habrá asegurado que la pelotita llegue al arco y no dure menos en el aire. Aunque esto parezca simple, requiere años de práctica el encontrar el mejor modo de pegarle a un tiro libre para poder comprender el movimiento que se generará desde el golpe.

Por otro lado, producto del golpe, la pelota no sólo describe una curva parabólica sino que además “dobla” en el aire, por lo que debemos hacer mención al efecto Magnus, descrito por primera vez por el físico alemán Heinrich Magnus en 1853. En términos simples, este efecto surge del flujo rotacional que un cuerpo en rotación genera a su alrededor. Sobre un lado del objeto en cuestión, el movimiento de rotación tendrá el mismo sentido que la corriente de aire a la que el objeto está expuesto y, en este lado, la velocidad aumentará. En el otro lado, por el contrario, la velocidad disminuirá. Entonces, el diferencial de velocidades ocasionará que ambos lados del objeto estén sometidos a diferentes presiones también, por lo cual se produce el balón se desviará hacia el lado más liviano y hará el típico “chanfle” en el aire.

A pesar de que en la trayectoria aérea del balón también están vinculados asuntos como la rugosidad del mismo, el viento y el modelo de pelota utilizado, la ciencia se ha encargado cada vez con más fuerza en producir implementos que accionen de la forma más fidedigna las intenciones de su ejecutante. Quién sabe si, a causa de ello, pasemos del superprofesionalismo de hoy, a la era del superhombre en plena revolución.

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