El reciente escándalo que envuelve al cardenal Angelo Becciu ha desatado una serie de tensiones en el seno de la Iglesia Católica, justo cuando el mundo se prepara para el cónclave que elegirá al sucesor de Francisco. Históricamente, Italia ha producido a la mayoría de los papas, 213 de los 266 a lo largo de más de dos mil años, y el deseo de ver a un nuevo pontífice italiano sigue siendo fuerte. Sin embargo, las sombras del caso Becciu, marcado por acusaciones de malversación y corrupción, amenazan con socavar las aspiraciones de los cardenales italianos que suenan como papables en este nuevo escenario. Con tres figuras prominentes, Pietro Parolin, Matteo Maria Zuppi y Pierbattista Pizzaballa, la posibilidad de que uno de ellos ascienda al trono de San Pedro es ahora incierta, en un contexto donde los escándalos y la política son protagonistas.
Angelo Becciu, quien alguna vez fue considerado un aliado cercano del Papa Francisco, se convirtió en el centro de un culebrón vaticano tras las revelaciones de su implicación en operaciones financieras irregulares. Este culebrón alcanzó un clímax cuando Becciu fue removido de sus cargos en 2020 después de que la revista L’Espresso destapara la compra fraudulenta de un lujoso inmueble en Londres. A pesar de ser juzgado y condenado, Becciu sigue reclamando su inocencia y continúa peleando para recuperar su lugar en el cónclave, lo que añade una capa de complejidad y drama a la ya intrincada dinámica del Vaticano durante este período de transición.
La muerte de Francisco ha abierto las puertas al cónclave, donde la disputa sobre la participación de Becciu se convierte en el tema más candente dentro de las reuniones preliminares. Pese a no figurar en la lista de cardenales habilitados por su condena, Becciu ha estado insistiendo en su derecho a participar, argumentando que no ha habido una notificación oficial por parte de la Santa Sede que lo excluya. Este desafío ha generado posturas divididas entre los cardenales, con algunos de la línea más conservadora mostrando disposición a apoyarlo. Sin embargo, esta situación ha desviado la atención de la discusión necesaria sobre los retos que enfrenta la Iglesia, generando frustración entre cardenales de otras regiones del mundo que ven inaceptable esta distracción.
El malestar que se cierne sobre el cónclave por la figura de Becciu refleja una creciente resistencia hacia las intrigas italianas en la Curia vaticana. Los cardenales de regiones no italianas, especialmente aquellos que han sentido el peso de estas viejas conspiraciones, han manifestado su incredulidad ante el hecho de que el escándalo Becciu monopolice las discusiones del cónclave. Para muchos, este fenómeno es un eco del pasado vaticano y un recordatorio de cómo las luchas internas pueden eclipsar la misión espiritual de la Iglesia. A medida que las discusiones se entrelazan con el drama de Becciu, la posibilidad de que la próxima elección del papa resulte en un líder italiano se va desdibujando.
Con el cónclave a la vista y la sombra de Becciu en el aire, la situación parece cada vez más incierta. Las especulaciones sobre su posible reinstauración en el cónclave podrían influir en el resultado, muy similar a lo que ocurrió en 2013 durante el cónclave posterior a la renuncia de Benedicto XVI, que estuvo manchado por el escándalo de Vatileaks. Si bien Becciu asegura que tiene documentos que podrían respaldar su reclamo, el eco de las decisiones del papa Francisco aún resuena en el Vaticano. Mientras tanto, la tensión sigue creciendo; la posibilidad de que el próximo papa no sea italiano fortalece la narrativa de la Iglesia en un momento crítico, donde la necesidad de un liderazgo mundial que trascienda las antiguas divisiones es más evidente que nunca.