El reciente desempeño económico de China, que se ha mantenido como la segunda mayor economía del mundo, presenta un panorama intrigante. A pesar de estar produciendo a niveles récord y exportando a un ritmo sin precedentes, los ciudadanos chinos están consumiendo cada vez menos. Este fenómeno ha sido acentuado tras la pandemia, donde, mientras en otras partes del mundo la gente salía a gastar como reacción a los meses de confinamiento, en China ha surgido un fenómeno opuesto: el denominado ‘ahorro por despecho’. Las historias de jóvenes como ‘Little Zhai Zhai’, quien ha logrado sobrevivir con menos de 300 yuanes al mes, reflejan un cambio de mentalidad que indica que en vez de gastar, existe un creciente temor y desesperanza hacia el futuro en el país.
Este comportamiento de consumo resalta un fallo fundamental en el modelo económico chino. A pesar de que su economía se asemeja a la de países altamente desarrollados como Alemania, su consumo interno se asemeja al de economías en desarrollo como Botswana. Según cifras recientes, el consumo de los hogares representa solo el 37% del PIB chino, notablemente por debajo del 60% de media en la OCDE y 68% en Estados Unidos. Esta amplia brecha revela un desequilibrio crónico que, a pesar de los intentos de reactivar la economía, se ha agravado considerablemente desde el fin de la pandemia, lo que pone en tela de juicio la viabilidad del crecimiento sostenido de la economía.
La respuesta del gobierno chino, liderado por Xi Jinping, ha sido la implementación de un plan para ‘impulsar vigorosamente el consumo’, que incluye subsidios y medidas de fomento del turismo interno y productos tecnológicos. Sin embargo, analistas como Alicia García Herrero consideran que estas iniciativas son meramente simbólicas y no abordan las raíces estructurales del problema. La falta de voluntad para redistribuir la riqueza generada por el sector corporativo y del Estado a los hogares priva a la población de una base económica sólida que podría incentivar el consumo interno.
Michael Pettis, economista de la Universidad de Pekín, expone una perspectiva crítica, señalando que lo que frena el consumo no es solo la falta de deseo de gastar, sino la incapacidad económica de los ciudadanos para hacerlo. La desinversión en el bienestar social, en conjunto con una política de crecimiento que favorece a las grandes empresas y al gobierno, ha dejado a muchos hogares sin recursos suficientes. A esto se suma la caída de ingresos fiscales, lo que agrava aún más la situación y despierta dudas sobre la estabilidad a largo plazo del modelo económico actual.
Los números reflejan una realidad alarmante: el superávit comercial de China podría compensar la debilidad del consumo interno, pero plantea una interrogante importante sobre el crecimiento global. Si China, el principal productor mundial, reduce su consumo, ¿cómo se sostendrá la economía global? Muchos economistas se preguntan si el modelo económico chino ha llegado a su límite. Desde el ‘rebalanceo’ de 2004, cada nuevo plan quinquenal ha prometido una transformación hacia un consumo más robusto, pero los cambios son limitados. La dicotomía entre la lógica económica y los objetivos políticos del Estado persiste, dificultando una solución duradera que permita curar su gran talón de Aquiles.