El reciente ascenso del partido Alternativa para Alemania (AfD) ha suscitado intensos debates sobre la estrategia política cuya meta es limitar la influencia de la ultraderecha en el país. Desde que el partido comenzó a ganar terreno en las encuestas y las elecciones, la cuestión de establecer un «cordón sanitario» ha vuelto a la palestra. Este concepto implica un aislamiento político de la ultraderecha, evitando cualquier forma de pacto o colaboración, tal como se ha venido haciendo en Francia desde hace décadas con el Frente Nacional. La pregunta que se plantean muchos es si esa estrategia sigue siendo efectiva o si, por el contrario, solo alimenta la narrativa de victimización de estos grupos, permitiendo un crecimiento aún mayor en su apoyo popular.
Con un 20% de los votos en las últimas elecciones, el AfD se ha consolidado como la segunda fuerza política en el Parlamento, lo que ha llevado a un debate urgente sobre si prohibir el partido o regular su participación política. Algunos analistas argumentan que, al haber superado el umbral que se consideraba peligroso para su prohibición, la AfD ya es demasiado grande para ser ignorada. La experiencia del Frente Nacional en Francia muestra que los cordones sanitarios pueden ser útiles temporalmente, pero también pueden resultar en un efecto «boomerang», donde el partido marginado logra ADN aceptación y validez a su discurso a través de esta exclusión.
La negativa a dialogar con la ultraderecha no resuelve las preocupaciones que han llevado a los ciudadanos a votar por partidos como el AfD. Muchas voces, incluyendo a algunos políticos centristas y de izquierda, indican que el enfoque debe cambiar: en lugar de reprimir la opinión pública con protestas y manifestaciones, se debe confrontar el discurso de la ultraderecha con argumentos sólidos y propuestas que aborden las inquietudes fundamentales de la población. Problemas como la inmigración y la integración no desaparecerán por arte de magia; de hecho, la falta de un debate abierto solo fortalece la percepción de que las élites políticas están desconectadas de la realidad a la que se enfrentan muchos ciudadanos.
La retórica de la AfD, que resuena principalmente en los sectores que se sienten amenazados por los cambios demográficos y culturales, necesita ser desafiada de forma efectiva. La crítica a la inmigración, centrada en miedos raciales y culturales, ha sido utilizada por la AfD para crear una imagen de valentía y resistencia frente a un supuesto «sistema opresor». Por ende, este juego de palabras y giras retóricas debe ser desmontado a través de un discurso que defienda la realidad de la inmigración como un fenómeno positivo y necesario, y que ofrezca una visión inclusiva que no discrimine a nadie por su origen.
En conclusión, el desafío que enfrenta Alemania y, por extensión, Europa en su conjunto, es monumental. La estrategia de ignorar a la ultraderecha no ha funcionado y, peor aún, potencia la creencia de que estos grupos son la única voz disidente en un sistema que silencia a sus críticos. La política democrática no consiste solo en mantener a los extremistas al margen, sino en crear un espacio donde el debate sea honesto y inclusivo. La solución pasa por afrontar directamente la narrativa y los miedos que alimentan el crecimiento de la ultraderecha, lo que puede resultar en un fortalecimiento de la democracia en lugar de su erosión.



















