El cónclave del Vaticano, ese momento de profunda incertidumbre y fervor, parece ser en ocasiones un laberinto de sorpresas y secretos. Durante el proceso de elección del nuevo Papa tras la renuncia de Benedicto XVI, muchos quedaron atónitos al ver que el nombre de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, no figuraba entre los favoritos. Si bien su trayectoria en la Iglesia argentina era notable, la dinámica del cónclave y las mezclas de poder en la Compañía de Jesús habían dejado de lado su figura, relegándolo a una existencia casi anónima en el preludio de una elección histórica, retratando la volatilidad del destino en la Santa Sede.
En un giro del destino, Bergoglio se convirtió en un sacerdote en declive, alejado de los focos mediáticos y las fuertes influencias de la Jerarquía Vaticana. Con 55 años y sintiendo el peso del final de su carrera, se encontraba en un punto bajo, un sacerdote sin un propósito claro. Esto bien podría reflejar el espíritu ignaciano herido, una paradoja para un jesuita como él, que había dedicado su vida a la misión pastoral y a la comunidad. Sin embargo, el verdadero drama se desenvuelve en cómo la percepción del poder y el liderazgo puede cambiar de la noche a la mañana, en un ambiente tan impredecible como el Vaticano.
La cobertura mediática previa al cónclave resultó ser tan sorpresiva como la elección misma. Las casas de apuestas y los análisis presentes en los principales diarios como ABC, El País y El Mundo no incluían a Bergoglio en sus listas de preferidos. Este vacío en la cobertura evidenció la desconexión entre la realidad del cónclave y los rumores en torno a las posibles elecciones papales. La omisión de su nombre se convirtió en un recordatorio de cuán poco se puede prever en el mundo de la Iglesia, donde la realidad frecuentemente contradice las expectativas más calculadas.
Durante los días previos a la sorpresa de su elección, Bergoglio vivía en un exilio mediático, blindado por su ubicación en Argentina, donde la prensa global parecía ignorar cualquier mención a su figura. La cobertura internacional errónea, que inicialmente daba como elegido al cardenal Angelo Scola, ilustra la falta de información clara y precisa en el entorno vaticano. La elección de Bergoglio fue, por lo tanto, un evento epifánico que dejó a muchos, incluso a los observadores más cercanos, perplejos y desconcertados ante lo que el futuro de la Iglesia podía deparar.
Este halo de misterio y especulación que rodea los cónclaves invita a reflexionar sobre la impredecibilidad del proceso y sobre las intrigas que operan tras bastidores. Frases como que «el diablo también participa en el cónclave» resaltan la complejidad del poder, señalando que las decisiones no son solamente divinas, sino también estratégicas y humanas. La historia de la elección de Bergoglio resuena como una advertencia de que en el corazón del Vaticano, la verdad puede ser tan engañosa como el azar y las apuestas, y que, detrás de cada elección papal, hay fuerzas ocultas trabajando en la penumbra.