La crisis de la vivienda sigue siendo un tema de vital importancia en el mundo contemporáneo, afectando a numerosas ciudades y comunidades. En Manila y Pasái, un fenómeno preocupante ha llevado a muchas personas a buscar refugio en cementerios públicos, convirtiendo estos lugares de descanso eterno en lugares de residencia. Este fenómeno no es aislado, ya que expertos como Lisa Adkins, Melinda Cooper y Matijn Konings de la Universidad de Sídney advierten que el acceso a una vivienda se ha vuelto más complicado que nunca. En su ensayo 1Vivienda: la nueva división de clase1, los académicos plantean que la manera en que las sociedades aborden el dilema habitacional definirá la lucha de clases en los años venideros, señalando que la falta de opciones económicas e incluso el incremento de la pobreza influyen directamente en la estructura familiar y la tasa de natalidad.
Históricamente, el problema de la vivienda podría parecer inabarcable, en especial con las dificultades que enfrentaron nuestros antepasados prehistóricos. A pesar de las adversidades naturales y la falta de recursos tecnológicos, la carencia de hogares no se podía permitir en un contexto donde cada elemento del entorno era crucial. En el Paleolítico, aunque la presión demográfica era notablemente diferente, la selección de viviendas era un proceso consciente. Las comunidades de cazadores y recolectores tomaban decisiones rigurosas sobre su localización, priorizando la proximidad a recursos vitales. Este enfoque conlleva a una forma de adaptación que hoy parece olvidada, haciendo notar la profunda conexión que tenían con el entorno.
La movilidad estacional en la prehistoria revela otro punto de vista sobre la vivienda. Grupos enteros cambiaban de lugar cada estación, optimizando sus condiciones de vida. La relación entre los asentamientos en la cueva de Ardales y las cuevas del Cantal es un claro ejemplo de cómo la búsqueda de un clima más templado y recursos del marisco era vital. Este estilo de vida nómada no solo aseguraba la supervivencia, sino que también generaba un sistema de intercambio y cohesión social. A través de los vestigios arqueológicos, se entiende que la ubicación y las decisiones de movilidad eran aspectos que incluso influían en su arte y cultura, dejando huellas que perduran a través del tiempo.
El arte rupestre también proporciona perspectivas sobre cómo estas comunidades prehistóricas valoraban sus espacios de vida. La decoración de las cuevas no solo cumplía una función estética, sino que también desempeñaba un papel en la cohesión social. En lugares como Lascaux y Altamira, se puede observar cómo estas expresiones artísticas reflejan no sólo la vida cotidiana, sino también la conexión que mantenían con las estaciones y los recursos circundantes. Investigaciones sobre las pinturas han revelado ciclos estacionales, mostrando la relación entre la fauna representada y el tiempo del año. Estos espacios decorados ofrecían no solo seguridad, sino también identidad y significado para las comunidades que los habitaban.
Finalmente, es esencial reconocer que las viviendas de nuestros ancestros prehistóricos eran más que simples refugios; estaban diseñadas para brindar confort y funcionalidad, integrándose de manera natural al paisaje. Desde las cuevas del Dordoña con sus ricos ecosistemas, hasta los refugios de Dalmeri en Italia, todas estas construcciones no solo estaban cerca de fuentes de agua y alimento, sino que también ofrecían vistas espectaculares y una calidad de vida que muchos podrían envidiar hoy. Las obras de arte halladas en estos asentamientos, como la Venus de Laussel, reflejan la creatividad y el deseo de inmortalizar experiencias y recuerdos, delatando la riqueza cultural de aquellos tiempos que, en cierta forma, podrían enseñarle a nuestra sociedad actual sobre el verdadero significado del hogar.