Grisú: Riesgos y Prevención en la Minería del Carbón

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El reciente accidente en la mina de Cerredo, ubicado en el concejo asturiano de Degaña, ha puesto de manifiesto las graves vulnerabilidades que persisten en la industria minera. A pesar de significativos avances tecnológicos y de las regulaciones diseñadas para proteger a los trabajadores, el grisú sigue representando una amenaza latente en la extracción de carbón. Este trágico evento, que ha costado la vida de cinco trabajadores, trae a la luz la necesidad de una reevaluación urgente de las condiciones laborales en las profundidades de las minas. Con el agotamiento de las vetas más accesibles, las operadoras se ven obligadas a aventurarse en yacimientos más profundos, donde las concentraciones de grisú son más elevadas, lo que subraya una clara tensión entre la continuidad de la producción y la seguridad de quienes trabajan en la industria.

El grisú, cuya composición química es principalmente metano, se forma a través de un proceso geológico conocido como carbonificación, que convierte la materia orgánica en carbón durante millones de años. Este fenómeno natural implica que los restos vegetales, al ser enterrados bajo sedimentos y a merced de altas presiones y temperaturas, se descomponen, liberando metano como subproducto gaseoso. Este gas, aunque invisible e inodoro, puede acumularse en las minas, convirtiéndose en un enemigo silencioso para aquellos que se encuentran en su proximidad. Al entender su formación y naturaleza, podemos apreciar la complejidad del riesgo que representa en el día a día de la minería.

Uno de los aspectos más preocupantes del grisú es su mayor concentración en las minas más profundas. A medida que se desciende, el carbón se somete a condiciones extremas que promueven una mayor producción de metano. La porosidad del carbón, que puede variar del 2% al 30%, permite la retención de grandes cantidades de este gas. En minas asturianas y leonesas, por ejemplo, es común encontrar entre 4 y 14 m³ de grisú por cada tonelada de carbón extraído. Esta acumulación no solo se produce por la rotura mecánica del mineral, sino también de manera difusiva a través de microfisuras, lo que demuestra que la lectura del riesgo en la minería se debe calcular no solo en función de la profundidad, sino también del contexto geológico específico de cada yacimiento.

Los peligros que constituye el grisú son de dos tipos fundamentales: el riesgo de explosiones y el peligro de asfixia. Las mezclas de grisú con el aire se vuelven explosivas en concentraciones entre el 5% y el 15%, lo que significa que una chispa o un equipo mal mantenido pueden dar lugar a explosiones devastadoras, causando graves daños e incluso pérdidas de vidas. Por otro lado, la acumulación de grisú puede desplazar el oxígeno en el aire, lo que resulta en asfixia en cuestión de segundos. Estas dos facetas del grisú, en combinación, crean un ambiente de trabajo extremadamente peligroso, lo cual resalta la urgencia de establecer y respetar protocolos de seguridad efectivos en las minas.

Ante esta preocupante realidad, la minería moderna ha implementado diversas medidas de protección para mitigar los riesgos asociados al grisú. La ventilación adecuada es fundamental, promoviendo corrientes de aire que diluyan el gas en las galerías. La desgasificación controlada, la detección continua de metano y la limitación de fuentes de ignición se han vuelto prácticas estándar en la industria. Además, la formación constante en seguridad para los trabajadores y la estricta aplicación de legislaciones son cruciales para garantizar un entorno de trabajo más seguro. A pesar de estas medidas, la cultura de la prevención y el respeto por la seguridad deben constituir la base de la minería, ya que la vida de los trabajadores no puede estar en riesgo por el afán de producción.

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